Ciudad
del Vaticano, 7 de abril 2013 (VIS).-En el domingo que concluye la
Octava de Pascua, llamado por Juan Pablo II “de la divina
misericordia”, el Papa saludó a los fieles reunidos en la Plaza de
San Pedro para rezar el Regina Coeli con las palabras de Jesús
resucitado: “Paz a vosotros” y explicó que esa paz iba más allá
del saludo o del simple deseo: “Es un don -dijo- el don precioso
que Cristo da a sus discípulos, después de haber pasado a través
de la muerte y de los infiernos”. Una paz que es “fruto de la
victoria del amor de Dios sobre el mal ... y del perdón. La
verdadera paz que procede de experimentar la misericordia de Dios”.
El
Santo Padre habló después de las apariciones de Jesús a sus
discípulos encerrados en el Cenáculo. En la primera faltaba Tomás
que no cree lo que los apóstoles le cuentan.. En la segunda estaba
Tomás, al que Jesús dice después de que éste ha tocado sus
heridas: “Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que
creen sin haber visto”.
“Y,
¿quienes eran los que creían sin haber visto? “- se preguntó el
pontífice- Eran “otros hombres y mujeres de Jerusalén que,
incluso sin haber encontrado al Resucitado, creyeron en el testimonio
de los apóstoles y de las mujeres que lo habían visto. Es un dato
muy importante que podríamos llamar “la bienaventuranza de la
fe”. En cada tiempo, y lugar, son bienaventurados aquellos que a
través de la Palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y
testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de
Dios encarnado, la Misericordia encarnada. Y esto vale para cada uno
de nosotros”.
Pero,
junto a la paz Jesús dio a sus discípulos el Espíritu Santo, “para
que difundieran en el mundo el perdón de los pecados; ese perdón
que solo Dios puede dar y que costó la sangre del Hijo. Cristo
resucitado dio a la Iglesia el mandato de transmitir a los hombres la
remisión de los pecados para que crezca el Reino del amor, para
sembrar la paz en los corazones, para que se afirme también en las
relaciones, en la sociedad, en las instituciones. Y el Espíritu de
Cristo resucitado ahuyenta el miedo del corazón de los apóstoles y
les da el valor de salir del Cenáculo para difundir el Evangelio.
Tengamos también nosotros el valor de dar testimonio de la fe en
Cristo resucitado. ¡No debemos tener miedo de ser cristianos ni de
vivir como cristianos”.
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