CIUDAD DEL VATICANO, 3 ABR 2010 (VIS).- Esta noche a las 21,00, Benedicto XVI presidió la solemne vigilia pascual, que comenzó con la bendición del fuego nuevo en el atrio de la basílica vaticana, la entrada en procesión en San Pedro con el cirio pascual y el canto del Exsultet. En el curso de la liturgia bautismal, el Santo Padre administró los sacramentos de la iniciación cristiana a seis catecúmenos procedentes de diversos países.
Tras la proclamación del evangelio, el Papa pronunció la homilía. Partiendo del apócrifo judío "la leyenda de Adán y Eva", que narra el viaje al paraíso de Set en búsqueda del aceite de la misericordia para curar a su padre Adán, el Santo Padre habló de "la aflicción del hombre ante el destino de enfermedad, dolor y muerte que se le ha impuesto" y de los intentos por encontrar en todas las épocas "una hierba medicinal contra la muerte".
"También la ciencia médica actual está tratando, si no de evitar propiamente la muerte, si de eliminar el mayor número posible de sus causas, de posponerla cada vez más, de ofrecer una vida cada vez mejor y más longeva", observó el Papa, preguntándose si sería bueno "retrasar indefinidamente la muerte". En ese caso, "la humanidad envejecería de manera extraordinaria, y ya no habría espacio para la juventud. Se apagaría la capacidad de innovación y una vida interminable, en vez de un paraíso, sería más bien una condena".
"La verdadera hierba medicinal contra la muerte debería ser diversa -subrayó el pontífice-. No debería llevar sólo a prolongar indefinidamente esta vida actual. Debería más bien transformar nuestra vida desde dentro. Crear en nosotros una vida nueva, verdaderamente capaz de eternidad, transformarnos de tal manera que no se acabara con la muerte, sino que comenzara en plenitud sólo con ella".
"Lo nuevo y emocionante del mensaje cristiano, del Evangelio de Jesucristo era, y lo es aún, esto que se nos dice: sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad existe. Se ha encontrado. Es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo. Una vida nueva comienza en nosotros, una vida nueva que madura en la fe y que no es truncada con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la luz.".
Benedicto XVI explicó que "lo que ocurre en el Bautismo es el comienzo de un camino que abarca toda nuestra existencia, que nos hace capaces de eternidad, de manera que con el vestido de luz de Cristo podamos comparecer en presencia de Dios y vivir por siempre con él. (...) En el rito del Bautismo hay dos elementos en los que se expresa este acontecimiento, y en los que se pone también de manifiesto su necesidad para el transcurso de nuestra vida. Ante todo, tenemos el rito de las renuncias y promesas. (...) En él, quitamos las "viejas vestiduras" con las que no se puede estar ante Dios. (...) En efecto, esta renuncia es una promesa en la cual damos la mano a Cristo, para que Él nos guíe y nos revista".
San Pablo llama a las vestiduras de las que nos despojamos "obras de la carne": "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Estas son las vestiduras que dejamos; son vestiduras de la muerte".
El Papa recordó que en la Iglesia antigua el bautizando, tras el rito de las renuncias, se volvía hacia oriente, símbolo de la luz, porque "Dios mismo nos viste con indumentos de luz, con el vestido de la vida", que para San Pablo está hecho de "amor, alegría, paz, comprensión, servicio, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí".
El bautizando después, despojado de sus ropas, "descendía en la fuente bautismal, y se le sumergía tres veces; era un símbolo de la muerte que expresa toda la radicalidad de dicho despojo y del cambio de vestiduras. Esta vida, que en todo caso está destinada a la muerte, el bautizando la entrega a la muerte, junto con Cristo, y se deja llevar y levantar por Él a la vida nueva que lo transforma para la eternidad".
"En el curso de los siglos, los símbolos se han ido haciendo más escasos -concluyó el Santo Padre-, pero lo que acontece esencialmente en el Bautismo ha permanecido igual. No es solamente un lavacro, y menos aún una acogida un tanto compleja en una nueva asociación. Es muerte y resurrección, renacimiento a la vida nueva. Sí, la hierba medicinal contra la muerte existe. Cristo es el árbol de la vida hecho de nuevo accesible. Si nos atenemos a Él, entonces estamos en la vida".
BXVI-SEMANA SANTA/SABADO SANTO/... VIS 20100407 (790)
Tras la proclamación del evangelio, el Papa pronunció la homilía. Partiendo del apócrifo judío "la leyenda de Adán y Eva", que narra el viaje al paraíso de Set en búsqueda del aceite de la misericordia para curar a su padre Adán, el Santo Padre habló de "la aflicción del hombre ante el destino de enfermedad, dolor y muerte que se le ha impuesto" y de los intentos por encontrar en todas las épocas "una hierba medicinal contra la muerte".
"También la ciencia médica actual está tratando, si no de evitar propiamente la muerte, si de eliminar el mayor número posible de sus causas, de posponerla cada vez más, de ofrecer una vida cada vez mejor y más longeva", observó el Papa, preguntándose si sería bueno "retrasar indefinidamente la muerte". En ese caso, "la humanidad envejecería de manera extraordinaria, y ya no habría espacio para la juventud. Se apagaría la capacidad de innovación y una vida interminable, en vez de un paraíso, sería más bien una condena".
"La verdadera hierba medicinal contra la muerte debería ser diversa -subrayó el pontífice-. No debería llevar sólo a prolongar indefinidamente esta vida actual. Debería más bien transformar nuestra vida desde dentro. Crear en nosotros una vida nueva, verdaderamente capaz de eternidad, transformarnos de tal manera que no se acabara con la muerte, sino que comenzara en plenitud sólo con ella".
"Lo nuevo y emocionante del mensaje cristiano, del Evangelio de Jesucristo era, y lo es aún, esto que se nos dice: sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad existe. Se ha encontrado. Es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo. Una vida nueva comienza en nosotros, una vida nueva que madura en la fe y que no es truncada con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la luz.".
Benedicto XVI explicó que "lo que ocurre en el Bautismo es el comienzo de un camino que abarca toda nuestra existencia, que nos hace capaces de eternidad, de manera que con el vestido de luz de Cristo podamos comparecer en presencia de Dios y vivir por siempre con él. (...) En el rito del Bautismo hay dos elementos en los que se expresa este acontecimiento, y en los que se pone también de manifiesto su necesidad para el transcurso de nuestra vida. Ante todo, tenemos el rito de las renuncias y promesas. (...) En él, quitamos las "viejas vestiduras" con las que no se puede estar ante Dios. (...) En efecto, esta renuncia es una promesa en la cual damos la mano a Cristo, para que Él nos guíe y nos revista".
San Pablo llama a las vestiduras de las que nos despojamos "obras de la carne": "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Estas son las vestiduras que dejamos; son vestiduras de la muerte".
El Papa recordó que en la Iglesia antigua el bautizando, tras el rito de las renuncias, se volvía hacia oriente, símbolo de la luz, porque "Dios mismo nos viste con indumentos de luz, con el vestido de la vida", que para San Pablo está hecho de "amor, alegría, paz, comprensión, servicio, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí".
El bautizando después, despojado de sus ropas, "descendía en la fuente bautismal, y se le sumergía tres veces; era un símbolo de la muerte que expresa toda la radicalidad de dicho despojo y del cambio de vestiduras. Esta vida, que en todo caso está destinada a la muerte, el bautizando la entrega a la muerte, junto con Cristo, y se deja llevar y levantar por Él a la vida nueva que lo transforma para la eternidad".
"En el curso de los siglos, los símbolos se han ido haciendo más escasos -concluyó el Santo Padre-, pero lo que acontece esencialmente en el Bautismo ha permanecido igual. No es solamente un lavacro, y menos aún una acogida un tanto compleja en una nueva asociación. Es muerte y resurrección, renacimiento a la vida nueva. Sí, la hierba medicinal contra la muerte existe. Cristo es el árbol de la vida hecho de nuevo accesible. Si nos atenemos a Él, entonces estamos en la vida".
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