Ciudad
del Vaticano, 15 de diciembre 2013 (VIS).-En el tercer domingo de
Adviento,o “domingo Gaudete”, de la alegría, porque se acerca la
Navidad y el Señor está cerca, el Santo Padre se ha asomado a la
ventana de su estudio para rezar el Ángelus con las personas
reunidas en una lluviosa Plaza de San Pedro, reafirmando que el
Evangelio es “un anuncio de alegría para todo el pueblo” y que
“la Iglesia no es un refugio para personas tristes”. “La
Iglesia -ha dicho- es la casa de la alegría! Y aquellos que están
tristes, encuentran en ella la verdadera alegría”.
No
se trata, sin embargo, de una alegría cualquiera porque “encuentra
su razón en el saberse acogidos y amados por Dios... Dios es el que
viene a salvarnos y presta socorro especialmente a los
descorazonados. Su venida entre nosotros nos fortalece, nos hace
firmes y valerosos... hace florecer el desierto y la estepa, es
decir, nuestra vida cuando se vuelve árida. ¿Y cuándo se vuelve
árida nuestra vida? Cuando le falta el agua de la Palabra de Dios y
de su Espíritu de amor. Por grandes que sean nuestros límites y
nuestro desaliento, no podemos ser débiles y vacilantes ni ante las
dificultades ni ante nuestras debilidades. Al contrario, se nos
invita a robustecer nuestras manos, a afianzar nuestras rodillas, a
tener valor y a no temer, porque nuestro Dios nos muestra siempre la
grandeza de su misericordia y nos da la fuerza para ir adelante. ...
¡Es un Dios que nos quiere tanto, nos ama, y por eso está con
nosotros, para ayudarnos, para fortalecernos, e ir adelante! ¡Coraje,
siempre adelante!”.
Francisco
ha reiterado que gracias a la ayuda de Dios, siempre se puede empezar
de nuevo, aunque alguno piense que es imposible “¡Te equivocas! -
ha exclamado- ¡Tú puedes recomenzar de nuevo! ¡Porque Él te
espera... es misericordioso” y todos “podemos volver a abrir los
ojos, superar la tristeza y el llanto, y cantar un canto nuevo..Y
esta alegría verdadera permanece siempre también en la prueba,
incluso en el sufrimiento, porque no es superficial: llega a lo más
profundo de la persona que se confía a Dios”.
La
alegría cristiana, como la esperanza, “tiene su fundamento en la
fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus
promesas...Todos los que han encontrado a Jesús, a lo largo del
camino, sienten en sus corazones una serenidad y una alegría, que
nada ni nadie podrá arrebatarles. Nuestra alegría es Cristo, su
amor fiel e inagotable! Por lo tanto, cuando un cristiano se vuelve
triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús. ¡Y entonces no hay
que dejarlo solo! Tenemos que rezar por él y hacerle sentir el calor
de la comunidad”.
“Que
la Virgen María -ha concluido- nos ayude a ir más aprisa hacia
Belén para encontrar al Niño que ha nacido por nosotros, para la
salvación y la alegría de todos... y nos conceda vivir la alegría
del Evangelio en las familias, en el trabajo, en las parroquias y en
todos los ambientes” con “una alegría íntima, hecha de estupor
y ternura”.
Después
del Ángelus el Papa ha saludado a los niños de Roma que habían
llevado a la Plaza de San Pedro las figuritas del Niño Jesús de sus
nacimientos para que el pontífice las bendijese como es habitual en
este tercer domingo de Adviento.
Poco
más tarde se ha trasladado al Aula de las Bendiciones, donde la
comunidad de Villa Nazareth, -el centro fundado por el cardenal
Domenico Tardini, para dar la posibilidad de cursar estudios
universitarios a los jóvenes procedentes de familias carentes de
medios económicos- participaba en la tradicional Misa de Navidad.
El
Papa ha saludado a todos los presentes y ha dado las gracias
especialmente al presidente de la Fundación, el cardenal Achille
Silvestrini, que el pasado 23 de octubre cumplió 90 años. “Gracias
.. al cardenal que ha hecho tanto bien -ha dicho- con su pensamiento
fuerte y fecundo por la dignidad del ser humano... por hacer que cada
uno descubra los talentos que el Señor nos ha dado y los pueda
utilizar en la vida. Y también gracias a todos por este trabajo... Y
os pido que recéis por mí porque lo necesito”.